El siglo XXI y señales de esperanza: el Consejo de Comunidades Castellanas

Juan Pablo Mañueco

Extraído del libro «Castilla entre el XX y XXI, Historia y Memoria», de Juan Pablo Mañueco

El siglo XXI

SEGÚN LA PERIODIZACIÓN DE veinte en veinte años, llevaríamos una generación cultural castellana en el siglo XXI y a punto de despuntar la segunda… Pero también es posible que la nueva configuración autonómica de España haya escindido la unidad intelectual de los escritores y artistas de las provincias de las Castillas, y ahora se unan y compacten de forma diferente a la tradicional, siguiendo el nuevo mapa autonómico, con sus consiguientes honores y subvenciones.

De grado, allí donde las nuevas autonomías surgidas en los años ochenta hayan logrado persuadir a sus habitantes de que no tienen nada que ver con Castilla, o por la fuerza, cuando es la presión y la financiación institucional la que consigue que el contacto entre los escritores y artistas de toda Castilla no se produzca, sino que se unan solamente dentro de las taifas.

Ciertamente, las subvenciones y ayudas oficiales desaparecen si se plantean encuentros culturales entre las diversas Castillas, mientras que abundan o al menos existen si se pretende apuntalar alguna mini-Castilla surgida en los ochenta.

No obstante, los festivales folklóricos, encuentros de rondallas, actuaciones musicales que suman grupos de Madrid y las dos Castillas son frecuentes, organizados por ayuntamientos. O bien convocadas entre los propios grupos musicales que saben están haciendo la misma música, al margen de fronteras políticas.

Esto es lo relevante, no cabe apreciar diferencias regionales donde no existen distancias regionales apreciables.

Pero es lo cierto que, en el ámbito de las instituciones (instituciones y Castilla son términos antitéticos, en estos momentos: los miembros de las instituciones sabrán por qué), cualquier asociación cultual que se cree en una provincia castellana recibe la “indicación” de que puede expandir su ámbito de actuación al conjunto de la región de que se trate.

En cambio, si se le ocurre plantear que desea trascender los ámbitos oficiales y actuar también en una provincia castellana ajena a la región oficial, es puesta de inmediato bajo sospecha y puede despedirse ya de recibir ayudas oficiales.

¿Listas negras de disidentes, personas o asociaciones? Claro que sí, en las dictaduras, en las democracias… es condición humana.

El Consejo de Comunidades Castellanas, una sencilla y provechosa solución a cuarenta años de taifas castellanas, inconexas entre sí.

COMO DATO SIGNIFICATIVO DE un camino que estuvo a punto de recorrerse en la buena dirección, pero que a pesar de su éxito inicial fue cortado de raíz desde las alturas -sin que se hayan aclarado los motivos-, hay que señalar la creación en el año 2000 y la celebración de algunas reuniones y actividades del “Consejo de Comunidades Castellanas”.

Fue convocado por los presidentes de la Comunidad de Madrid, de Castilla y León y de Castilla-La Mancha, Alberto Ruiz-Gallardón, Juan José Lucas y José Bono, para coordinar actividades comunes entre las tres comunidades, sobre todo culturales y turísticas. Ese Consejo llevaba aparejado el reconocimiento de la castellanidad de las tres comunidades autónomas citadas.

También se invitó a Cantabria y La Rioja, y éstas aceptaron participar en algunas actividades que les parecían muy provechosas: la oferta en el extranjero de paquetes turísticos que combinaran la cultura y monumentalidad del interior de Castilla, con las playas norteñas de Cantabria y con los cursos de lengua castellana en lugares simbólicos de La Rioja, por ejemplo.

Esta vía cultural y turística, sin duda, sería necesario que se continuara, porque además de funcionar en sí misma, sirve para subsanar un grave defecto del mapa autonómico español de la Transición: la desaparición sorprendente de Castilla entre los pueblos históricos de España.

Los políticos que, mejor antes que después, constituyan un operativo “Consejo de las Comunidades de Castilla” entrarán por la puerta grande de la Historia de Castilla, al igual que quienes deshicieron esta tierra en parcelas inconexas, por presiones sobrevenidas desde arriba, salieron por la puerta pequeña de la gran Historia de una tierra que no sintieron ni defendieron debidamente.

El “Consejo de Comunidades Castellanas” sería incluso ahorrativo para el presupuesto público

PERO ADEMÁS, UN “CONSEJO de Comunidades Castellanas” ahorraría presupuesto público, al evitar duplicidades entre territorios tan próximos y semejantes que deben coordinar más y mejor algunas de sus actividades.

En materia de gestión medioambiental, por ejemplo, en medidas de coordinación contra los incendios forestales que trascienden los límites autonómicos, donde hoy vemos cómo dotaciones de bomberos no pueden traspasar los límites ficticios por cuestiones burocráticas territoriales, en asuntos de gestión de infraestructuras, en temas sanitarios, educativos, culturales, etc.

Ahora bien, el principal objetivo de un “Consejo de Comunidades Castellanas” debería ser proyectar al conjunto de España el peso real de Castilla reunificada en las grandes cuestiones de Estado.

Probablemente, que Castilla no tuviera ni voz en el Parlamento (no lo ha tenido) ni peso en España (tampoco) fue el propósito de quienes efectuaron su partición en cinco comunidades taifeñas y el de las fuerzas políticas colaterales que lo exigieron.

Es difícil de creer que perjudicar a Castilla fuese la intención directa de los parlamentarios castellanos que la dinamitaron, aunque hay ideologías a las que les “pone” esta opción y, a las otras, Castilla les resulta indiferente, salvo para recoger sus actas de parlamentarios. Pero que hay otras formaciones políticas en España deseosas de debilitar a Castilla, ofrece pocas dudas.

Un convenio de colaboración entre las Castillas, al menos

CUANDO MENOS, UN CONVENIO de colaboración entre las Castillas se ve como conveniente y en algunos casos muy provechoso, si es que las intrafuerzas contracastellanas son tan potentes que son ellas quienes impidieron e impiden el funcionamiento de un “Consejo de Comunidades Castellanas”…

Madrid, con su pujante economía, se ha quedado sin territorio aprovechable y hace tiempo que salpica –a veces diluvia- con población y desarrollo a las provincias limítrofes: Guadalajara, Toledo, Segovia.

El tránsito de personas entre estas últimas provincias y Madrid crece continuamente y madrileñas son también las principales inversiones económicas en las provincias citadas, y en algunas otras del entorno, como Ávila, Salamanca, Cuenca, Ciudad Real

También son madrileños principalmente los turistas de todas las provincias de su alrededor y son las provincias antes citadas donde construyen preferentemente los madrileños sus segundas residencias.

Por su parte, Madrid se beneficia también de su cercanía y carácter central respecto a las dos Castillas. Castilla es su espacio de expansión económica, es el lugar de procedencia de la mayor parte del agua, energía y materias primas que consume.

Castilla también es el origen de la mayor parte de la inmigración que ha recibido Madrid desde los años 50 del siglo XX, o desde antes de esa fecha. Y se quiera ver o no, hay un vínculo cultural, histórico, universitario evidente entre Madrid y las provincias castellanas de su entorno.

De hecho, ya hay convenios universitarios entre Alcalá de Henares y Guadalajara, y convenios de Transportes entre Madrid y las zonas de influencia mayor de las provincias limítrofes, que zonifica las tarifas según su grado de uso por los viajeros, al margen de las artificiales fronteras autonómicas políticas.

Se trata de no hacer en silencio y extraoficialmente lo que resulta necesario ya, y será inevitable en un futuro muy inmediato: la colaboración entre Madrid y las provincias que lo circundan.

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